Hija de Pietro Betrone y de Giuseppina Nirino, propietarios de una panadería en Saluzzo (Cúneo) y posteriormente encargados de una fonda en Airasca (Turín), Pierina era la segunda de seis hijas nacidas del segundo matrimonio del padre. Tenía 13 años cuando sobre ella se posó la mirada enamorada del Señor.
De hecho, un día la chica se disponía para ir a hacer algunos encargos en el pueblo. Al improviso, del corazón, le salió una intensa y singular oración: “¡Dios mío, te amo!”. La insólita emoción espiritual le sorprendió: para ella fue el encuentro con el Señor.
En sus apuntes autobiográficos, años después anotaría esta experiencia con la simplicidad y la frescura del momento, que se plasmó para siempre dentro de ella.
El 8 de diciembre de 1916, Festividad de la Inmaculada, Pierina se consagró a la Virgen.
El 26 de febrero de 1917 la familia Betrone se transfirió a Turín: Pierina tenía 14 años y entre pruebas familiares y espirituales, escrúpulos y tentaciones, insidias e íntimos sufrimientos tuvo que esperar hasta cumplir 21 años para poder realizar su propia vocación. Hasta entonces, para ella sería verdad lo que dijo el profeta en una análoga historia de divina seducción y de salvación de la amada: “La atraeré hacia mi, la conduciré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2,16). Es el retrato interior de la joven Pierina: conquistada un tiempo por el Señor, tenía nostalgia de un ideal de perfección, vivió en el recuerdo de una promesa y esperó su realización.